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Jurado Torresquesana, Carmen
El diez de agosto de 1967 nací en Essen, Alemania. Hija de emigrantes de signos opuestos –agua y fuego- que tendrían cuatro hijos más después de mí, la mayor de los cinco. Obreros ambos, chocolate y cristal, no fueron los protagonistas de la más bella historia de amor, pero estiraron, entre desencuentros, la vida cinco veces…
Entre el 68 y el 71, mamá parió dos veces más, una niña rubísima y un niño bonito, me enseñó a coser sin hilo y a leer. En el invierno del 71, horneando la que sería su cuarta hijita, nos abrigó a los tres, se dejó acompañar por papá hasta Düsseldorf y nos subió con ella al avión. Papá se quedó en Alemania. Mamá volvía a la casa de sus padres, mi añorada Galicia, con tres pajaritos y un huevo. El abuelo estaba enfermo. Murió en el 72. A los nueve meses nacería mi hermana pequeña. Ya estábamos, como en la canción, los cinco lobitos detrás de la escoba…
Galicia era mar y monte. Era ir a buscar grillos con la tía. Jugar con el tío, recoger caracolas. La escuela del profesor Bazaco, las hortensias de su jardín. Mi rubísima hermana dándome siempre la mano. Aquella fiesta con globos donde se rieron de nosotras. El cartero llevándonos a las dos en su moto hasta el país de los helechos… En Galicia nacieron las palabras. En las historias de la abuela, siempre terribles y mágicas, aullaban los lobos y corría la sangre.
Nos trasladamos a Salamanca en el 74. Allí se curaría el asma de mi hermano. Allí la horizontalidad del paisaje propiciaría un cambio en la mirada. Allí, los libros, los uniformes, las niñas con las niñas, ellas fumaban, yo soñaba con los lobos… Allí, creció el amor por la palabra. Cartas a papá. Cientos de cartas. Dibujar, pintar, leer, contar historias. Los años del instituto y niebla en el futuro. Salamanca, la piedra dorada y las amistades eternas.
Con veintiún años volví a Galicia. Me casé con el niño que fumaba y saltaba tapias para robar fruta. El que hacía aquello con las pupilas y dormía a los perros. Nunca aprendí a conducir, ni a nadar bien. Pero comí muchas moras y me reí… Tenía unas plantas preciosas. Cartas a papá, a mi hermana –mi siamesa, mi amor…- Cartas a mis amigos… Pintar, dibujar, leer, contar historias, sobrevivir…
Desde el 92 vivo en Barcelona… Un divorcio amistoso en el 95. Un hijo nacido en el 96. La muerte en el 2004 de mi hermana del alma, la de papá cuatro años después. Cartas interminables… cartas sin destino… escribir como modo de sobrellevar el dolor… de hacer algo con él… Mis amigos en mí repartidos por el mundo, altísimos, como montañas… Esta ciudad que no consigo amar a pesar de los años, y a pesar de lo que en ella amo a rabiar…
Casi cinco décadas sin otro oficio que el de bucear en mí misma. Sobrevivo dibujando cuando puedo. Aguanto la respiración. Cocino mejor. Tengo las llaves del sótano. Y la sensación de que necesito más plomo en los pies porque sigo flotando…
No soy escritora. No esperéis mucho de mí. Sólo vengo a decir… que las palabras me salvan.